La polémica de Ana Obregón solo ha avivado un debate que lleva años encima de la mesa. Son muchas las particularidades de los diferentes puntos de vista, pero la similitud con la venta de órganos es obvia

Con cierta periodicidad surge en España la polémica sobre la gestación subrogada, un tema que levanta encendidas discusiones y que, aunque muchos quieren enterrar a golpe de prohibición legal, sigue como asignatura pendiente, primero porque la demanda existe entre los ciudadanos españoles y segundo porque al ser perfectamente legal en bastantes países, cada vez son más quienes buscan soluciones más allá de nuestras fronteras.

 

La aparición en portada de una clásica de las revistas del corazón cercana a la setentena, recogiendo a su recién concebida hija de un hospital de Miami, ha hecho batir todas las marcas en redes sociales y medios de comunicación, desplazando incluso a las tradicionales broncas políticas. En este caso, a la polémica por una práctica ilegal en España, pero publicitada una vez más de la mano de rostros conocidos, se une la edad de la protagonista, muy superior a la permitida, por ejemplo, para una adopción y desde luego inquietante para el futuro de la niña. No voy a entrar en estos aspectos sobre los que cada cual puede tener sus opiniones, pero en los que está claro que no hay nada ilegal como tampoco en el conjunto del proceso.

Lo que sí existen son las dudas éticas que plantea la gestación subrogada y que han conseguido dividir a la sociedad entre quienes la consideran sin ambages como una agresión a las mujeres, como es el caso de la actual coalición gubernamental, y quienes la aceptan sin ningún problema y están dispuestos a utilizarla o lo han hecho ya.

Para una parte de la población entre la que me incluyo, las cosas no son ni blancas ni negras. Repugna el inadmisible negocio casi industrial en que se ha convertido esta práctica en algunos países con la consiguiente explotación de las mujeres más desprotegidas y la asunción por parte de estas de una serie de riesgos innegables, físicos y psicológicos, derivados de los embarazos, a veces repetidos y de las condiciones en las que se realizan. Sin embargo, no se entiende la negativa rotunda a admitir determinadas situaciones y menos aún a regular un procedimiento que entre otras cosas durante la última década ha concebido al menos 3.400 nuevos españolitos, a un ritmo actual de 250 al año.

El punto conflictivo es la contraposición entre la comercialización pura y dura del cuerpo de la mujer en la gestación retribuida, que en estos momentos constituye la gran mayoría, y la posibilidad real de que en una parte de estos casos la mujer gestante lo haga de manera altruista sin beneficio económico alguno al margen de la cobertura de los gastos derivados del embarazo y el parto.

En este punto es donde cobra relevancia el paralelismo de la gestación subrogada y la donación de órganos de vivo para trasplantes, una idea que ya se planteó hace años durante uno de los picos de esta eterna polémica. Ambas situaciones comparten la contraposición altruismo-comercialización. Tanto en España como en la mayoría de los países desarrollados se excluye la donación de órganos cuando existe el más mínimo indicio de pago, recompensa o coacción por el riñón o el fragmento de hígado a trasplantar. Sin embargo, existen en distintas zonas del mundo fórmulas de compensación que van desde la simple compraventa sin control alguno hasta un mercado regulado por el Estado en Irán (algo por lo que abogan no pocos cirujanos norteamericanos y hasta el Premio Nobel de Economía de 2012, Alvin Roth), pasando por eufemismos como el de donación recompensada (rewarded gifting), en realidad una forma de blanquear terminológicamente la compra de un órgano, no muy distinta en el fondo al cambio de la denominación vientres de alquiler por el de gestación subrogada.

Una diferencia fundamental con la donación de riñón, con mucho la más frecuente entre los trasplantes de vivo, es que el riñón no se regenera y aunque el riesgo es pequeño y calculado si se hacen las cosas bien, el donante pierde el órgano para siempre con las consecuencias potenciales que ello puede acarrear. La gestación subrogada sería más asimilable a la donación de un fragmento de hígado (este con más riesgo) o de médula ósea, ya que en ambos casos el órgano se regenera y si no hay complicaciones se vuelve a la situación basal.

 

Tanto en el caso del hígado como del riñón se producen al año en España alrededor de 400 de estas donaciones de forma totalmente altruista por parte de familiares o amigos de los enfermos que necesitan el trasplante. Todo ello con el filtro de un juez que tiene que verificar tanto que no hay compensación económica o de otro tipo como la ausencia de coacción que pudiera producirse en el ámbito familiar o en el laboral. Existe igualmente la figura del buen samaritano, personas que quieren donar de manera altruista un riñón a quien más se pueda beneficiar de él sin ni siquiera conocerle. Suena extraño, pero en España desde que se instauró esta figura en 2010 se han ofrecido espontáneamente como donantes potenciales cerca de 400 personas. En los países anglosajones, esta es una figura habitual con la que cada año se realizan cientos de trasplantes.

 

Nada hace pensar que no se puedan dar casos en los que la madre, la hermana u otro familiar o amiga, bien de una mujer que no puede concebir, bien de una pareja homosexual u otras situaciones, no puedan ofrecerse a tener un niño por gestación subrogada sin que medie remuneración o coacción alguna. Una legislación similar a la de los trasplantes permitiría dar cobertura sanitaria y judicial a estos casos, protegiendo tanto a los progenitores como a los niños. Evidentemente, no daría solución a toda la demanda, aunque probablemente cubriría una proporción mayor de lo que puede pensarse y desde luego contribuiría a poner un poco de orden en el pandemónium en que se ha convertido este tema en España.

Cuando en un mundo globalizado existe una demanda y cada vez hay más países que legalizan el procedimiento, las prohibiciones a ultranza solo consiguen poner puertas al campo y en un caso como este hacer pasar un calvario a padres y niños que buscan y van a seguir buscando la solución fuera de España. Tampoco hay que inventar demasiado: países tan poco sospechosos como Canadá o Portugal han optado ya por vías similares.

 

En el fondo, la situación es paralela a lo que ocurre en no pocos países desarrollados (desde luego no en España) en que, al no ofrecer soluciones a la escasez de órganos para trasplante, sus ciudadanos viajan de forma habitual a África, Asia o la antigua Unión Soviética para comprar un riñón o un fragmento de hígado mientras las autoridades miran para otro lado… A fin de cuentas, todo esto no ocurre en su país.

Fuente: el confidencial

 

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